Roña

Por: Manuel Horna
Arturo se encontraba sentado, como ya era costumbre en su sedentaria y gris vida, en frente de su computadora. Aquella viejurga, pero líquida máquina, había capturado sus mientes. Todo lo que televisaba le parecía encantador, de una verdad intachable. «cual es la montaña mas alta del mundo», escribía al costado de la lupa infinita, pues quería perder la ignorancia (¿) mas no el tiempo: «Everest, por supuesto, mi estúpido televidente». «Ah claro... claro... que estupido soy... disculpa... disculpa... disculpa...»
Su madre, al verlo preso y perdiendo el tiempo (?), decidió corregirlo a través de un método infalible: LA VIOLENCIA. «oye TU cholito de MIERcoles porque no estas estudiando osea que te pago todo para que ESTES aqui jugando con esa conPUTAdora... » Gritaba desde afuera de la habitación de Arturo, para luego adentrarse en las cinco PAREDES y propinarle un empellón. Pero algo la detuvo, un olor nauseabundo, vomitiv... bluagh... (Perdón) vomitivo. «que es eso que huele, huele a cochinada, no te da asco vivir así?, ?, ?, ?» Le preguntó muchas veces con el signo pendiendo de su labio superior y con su mano ahogando su nariz, pero Arturo no se había inmutado en todo este tiempo. Como si, sobre su espalda, no pesaran las reprimendas ni los ladridos de su seno.
Con más energía, pero aún mayor indignación, ella arremetió nuevamente: «OYE tu contestame, ?, ?, ?» Los alaridos eran cada vez más estruendosos, cuatro PAREDES se estremecían, menos UNA. «No me hagas hacer ESO Arturo...» Sin avizorar remordimiento alguno, como si de una eutanasia se tratase, liberó (¿) a su hijo al desconectar el cable amarillo, ese que parecía conducir hacia la luz, pero solo acarreaba putrefacciones.
Por fin su sí fue devuelto, súbitamente. Sintió que una bala bendita atravesó su dermis, músculo, hueso, músculo, hasta llegar a su atención para galvanizarla: «que quieres VIEJA que te he dicho que no JODAS! ¡y porque has hecho ESO. ahora no solo perdere mi TIEMPO sino que nunca perdere mi poca IGNORANSIA.» Él no dudaba, ni en su mirada colérica, ni sus puños que babeaban por un poco de rojo. «AHORA que voy a...» No pudo completar el reclamo, su mirada cambió por completo, ese olor mortal había penetrado en otra víctima. «!vaya PESTE, he cagado mierdas con mejor perfume» Rápidamente buscó socorro! en lo más cerca que su cansada vista, por la sobre exposición al conocimiento, divisó: un pañuelo raído.
«hace cuanto que no te bañas oye TU», replicó la madre con justificado malestar, pues el olor había hecho que su cuerpo, rajado por parir a un «imbesil», tambalease en busca de un rincón para ocultarse del hedor mortal. «pasumacho este mugriento OYE... anda bañate de una VESí». Arturo no puso objeciones porque él también era una víctima de aquel misterioso aroma. Este construyó un fugaz entendimiento entre ellos: compartían el mismo enemigo y esto los alió por primera vez en los diecinueve años de vida del «imbesil». «ta bueno ta bueno ya VOY» Se levantó sin apartar el pañuelo de su nariz, ni su mirada del piso, y corrió hacia la ducha.
En un momento ya estaba desnudo, jabonando cada parte de su seboso cuerpo. No olvidaba ningún rincón, ninguna lonja de carne ni grasa. Sin embargo, algo extraño sucedía: la peste no se iba. Repasaba, repasaba y repasaba, pero nada cambiaba. Como si de un mal sueño se tratase, aguantaba la respiración suponiendo que en la próxima bocanada todo estaría como antes: él sentado en frente de la computadora, ganando tiempo y perdiendo ignorancia (¿?), pero esto nunca pasó.
El jabón estaba ya por terminarse, en sus manos habían pasado sesenta años y en sus rodillas unos veinte más. Estaba temblando, agitado, rascaba su cabeza buscando soluciones sobre lo que le podía estar pasando. «ai un olor NO SE lo que es el olor», imaginó en su mente, mas esta vez no estaba la lupa para responder. Estaba harto, cansado de que el surtidor nunca terminase, siempre escupiendo líquidos: agua, agua, barro, mierda, sangre... una bala maldita lo atravesó «¡SÁNGRE... CLARO... que estupido soy... disculpa... disculpa...»
Giró su cabeza, aún estaba ahogando sus pulmones, vio la navaja! que su padre usó para escapar de esta miseria. Sonrió, sabía que esa era la solución al problema. No siguió los pasos de padre; pensó: «no soy IMBESIL como ese GUEVON yo SÍ valgo la pena». Así que, con la misma velocidad con la que fue a la ducha, tomó la navaja. Pensó en probar el filo en uno de sus dedos arrugados, pero a él no le gustaba perder el tiempo, así que, sin meditar por dónde comenzar, acuchilló su ombligo, la única prueba de que su madre y él estuvieron, aunque ninguno quiere recordarlo, unidos.
La novatada se notó en el primer contacto entre la solución y el problema. Intentaba perforar el nudo, mas este se resistía. Perforó, perforó logrando solo impaciencia. El aire estaba por abandonarlo, pero no le importaba, él solo quería que el olor se acabase, no quería volver a él. Mejor tarde que nunca, descubrió que el artefacto debía tajar en lugar de perforar. «CLARO...que estupido soy... disculpa...» Pero no debemos culparlo, pues la única referencia que tenía fue el empleo que le dio su padre: una punzada directa a la yugular... quizás él tampoco sabía cómo usarla.
La carnicería se notaba a kilómetros. El bermellón viscoso teñía el azulejo triste y aterrado al ver tal matanza. Todo se perdía en el drenaje: agua, agua, barro, mierda, sangre, sangre; hacia el morir. Arturo, maravillado con su hazaña porque había superado al viejo, no vaciló en buscar en su interior el problema. Magulló lo poco que vio: INTESTINOS, intestinooos... «ajA te encontrE MALDITA ROÑA»
En otro instante, cuando parecía que todo iba a volver a la normalidad, su madre fue a ver por qué tardaba tanto. «valla asi que lo hiso siguio al otro IMBESIL NO vale la pena nunca lo valio ninguno lo valio» Resignada, como si ya tuviese experiencia, buscó la lejía, el trapeador y la escobilla. «bueno por lo menos la roñA ya se fue A...»
Trujillo, 2021