No apto para susceptibles

Por: Enmanuel Palacios
De los pocos libros que he leído últimamente, Filosofía en el tocador, con sus escasas páginas, me exhortó a releer párrafos y diálogos enteros para, siquiera, rozar el entendimiento de su motivo. Me gustaría preguntar quién, con toda la sinceridad de la que comúnmente carecemos, no ha visto imágenes pornográficas. Dudo, de hecho, que pueda encontrarse alguien que lo niegue. Sin embargo, no vengo, ni pretendo, hablar de lo común que puede llegar a ser ello.
De "50 sombras de Grey" -un libro del que rotundamente me avergüenzo de haber leído por su pobreza literaria- solo saqué lo clásico que estos "best seller" contemporáneos nos ofrecen: amor a primera vista; el chico es el clásico mujeriego que se enamora, estúpidamente, de la única y típica chica virgen de la ciudad; intenta cambiar por ella y pasan por odiseas de tres tomos de libros y, al fin y al cabo, terminan casándose y lo demás absurdo que uno puede leer y, de por sí, adivinar si termina de leerlo. No obstante, este pequeño fragmento no puede tener comparación alguna con el libro (mucho más erótico aun) que, hasta madrugadas, me hizo pensar y pobremente analizar: Filosofía en el tocador.
Este libro, escrito por marqués de Sade, puede provocar, en algunas y pocas personas, un trauma inicial hasta que, conforme den vueltas a las páginas, se ablanden y acomoden al contexto. Esta lectura narra la historia de Eugenia, una joven de quince años, quien fue inculcada por su madre en las doctrinas cristianas de ese entonces. Con el permiso de su padre, llega a casa de la señora Saint-Ange, amiga "íntima" de aquel, quien, con la ayuda de las enseñanzas de Dolmancé, un impúdico, introducen a la aún inocente y virginal Eugenia al mundo del libertinaje.
Pero este libro no solo contiene coloquios en los que se expresa la actitud irrespetuosa hacia la ética y la moral, insultando a quienes aún, en estos tiempos, seguimos ciertos criterios conservadores, sino que tenemos a Dolmancé, quien, mediante sus diálogos, introduce no solo a Eugenia, sino también, aprovechándose de su descuido, al lector, a un mundo donde filosofar es una de las tareas que otros libros no nos colocan, con argumentos -no incongruentes, después de todo- que pretenden santificar hasta los crímenes más perversos que jamás se hayan despreciado en el mundo. El sexo, el sadomasoquismo, el libertinaje más extremo que pueda existir, el incesto, el asesinato, el aborto, el machismo y el ateísmo y hasta lo más perverso que puedan pensar y que pueda existir, son los temas en los que el marqués de Sade pretende forzarnos a filosofar.
Quizá quienes hayan leído a este autor o que, por lo menos, sepan a qué se dedicó a escribir y, al tan solo leer las tres palabras que componen su pseudónimo, sonrían y se sonrojen al pensar que este descomunal escritor fue solo un señor pervertido, pero perfecto a su vez, que disfrutaba, excitadísimo, de esquematizar inteligentemente diálogos y narraciones impecables, donde describía, por excelencia, lo fantástico que puede ser el sexo sin límites, ignorando, quizá, la gran filosofía que esconde detrás de todos ellos.